La revista de referencia de las terapias holísticas, el crecimiento personal y el cuidado natural

María Martínez Calderón

Terapeuta

Yo fui una niña-esponja

Jamás vi llorar a mi madre, bueno no, eso no es del todo cierto, la vi llorar el día que murió nuestro periquito.

Se llamaba Perico y entró por la ventana el día de mi décimo cumpleaños.

Era un periquito muy inteligente e hicieron buenas migas con mi madre, ella lo dejaba suelto por la casa y él se subía en sus hombros y se paseaba sobre ellos picoteando su piel y dándole besitos.

Mi hermano jugaba con él al fútbol, le ponía dos pequeñas porterías en el suelo y el periquito tomaba en su pico un dedal que usaba mi madre para coser y él corría hasta atravesar una de las dos porterías y así marcaba los goles, después mi hermano le quitaba “la pelota” del pico y empujaba el dedal hasta la otra portería mientras Perico corría para recuperarlo nuevamente.

Cuando Perico falleció fue un drama familiar…

Esa fue la única vez que vi llorar a mi madre.

Te cuento esto porque todo lo que mi madre no lloró en su vida lo lloré yo por ella.

Porque yo fui una niña-esponja.

Bueno, no sólo fui una niña-esponja, sino que fui esponja hasta hace unos años, cuando pude tratar el tema con biodescodificación y constelaciones familiares.

El niño esponja es aquel que absorbe todos los conflictos de la familia, es como una aspiradora que intentará resolver, a su manera, los problemas emocionales que en su entorno no se saben gestionar.

En mi caso era una niña llorona por naturaleza, cosa que me angustiaba enormemente porque era superior a mi y no podía controlar. Desde que conocí la Biodescodificación entendí que yo absorbía la tristeza de mi madre que cuando estuvo embarazada de mí y en ese momento sagrado, murió su madre estando ellas dos peleadas.

El tema de la riña era que mi madre había quedado embarazada justo después de su boda y mi abuela puso en duda su decencia.

Mi madre lloró durante todo su embarazo y yo absorbí como una esponja el drama de un duelo difícil de gestionar.

Al tomar consciencia de todas estas emociones reprimidas lloró, gritó, abrió su alma en canal y la vida de repente empezó a parecerle más liviana.

Esa bebé inocente, inconscientemente se marcó como objetivo ayudar a mamá para que no estuviera triste.

Así resolví: 

– Lloraré por tí mamá, no te preocupes.

Las personas que llevan consigo a un niño-esponja, pueden dar síntomas de tristeza, depresión y retención de líquidos, dado que las emociones están relacionadas con el elemento agua.

En mi caso, además, sufría de anginas crónicas, dado que en casa era muy difícil tener una buena comunicación. Mi madre gritaba y yo lloraba…

Para mi era desesperante absorber tanto drama, yo no soportaba los gritos y los enfados. Gritos y enfados que no solo iban contra mí, sino que también se dirigían a mi padre.

Lo único que yo anhelaba era que mis padres se quisieran, que se entendieran entre ellos, incluso llegué a pedirle a mi padre que se separaran si es que no podían llevarse bien, pero mi padre me contestó diciendo que eso era imposible y que nunca iba a ocurrir.

Ahora soy consciente que en ese momento hice un decreto interior donde afirmé que yo nunca aguantaría una relación si teníamos que vivir eternamente sin comunicarnos, enfadados y peleando….

Lo que aprendí después es que nunca puedes decir nunca, porque te aseguro que terminarás repitiendo la historia hasta que la honres como fue.

Un abrazo.

María Martínez Calderón