La revista de referencia de las terapias holísticas, el crecimiento personal y el cuidado natural

Mari Carmen Almagro Galán

Terapeuta

Su mirada pedía
auxilio

Ana, rota de dolor, me contó que su hijo Adrià de 12 años estaba descontrolado. Le faltaba al respeto a diario y su agresividad crecía.

Adrià tenía 7 años cuando su papá formó una nueva familia. Desde entonces no se veían padre e hijo. Él le había sido infiel y la relación se rompió. Ana no lo recuerda como algo traumático. No estaba enamorada.

En la sesión le pregunté por su padre y rompió a llorar. No había sido un padre presente, pero ella lo adoraba a pesar de su alcoholismo.

Su dolor nos llevó a recuerdos guardados y entramos ahí. Le pregunté por su madre y sus músculos se tensaron. Habló de ella con rabia, la culpaba. Rompió en llanto y reproches al recordar su niñez.

Ella había creado una cúpula con Adrià, la misma protección que ella añoró.

—Lo haré por ti mamá.

Agradeció a sus padres el regalo de la vida. Los honró y tomó su lugar.

Ana agradeció al padre el regalo más bonito, su hijo:

—Gracias por nuestro hijo, eres el mejor para él.

¡Suspiraba tan profundo! Al terminar abrió sus grandes ojos azules. Aún lloraba, pero una sonrisa mágica vistió su rostro.

Al día siguiente su llamada resonó en mi corazón. Adrià la recibió con un abrazo, había llamado a su papá. Pasaron la noche hablando entre lágrimas y risas.

La adolescencia es una montaña rusa, pero todo va bien.

Hablan, se enfadan, se quieren… La ira quedó atrás y su «pequeño justiciero» camina sin mochila.

¿Sabes un secreto? Ana encontró a su compañero de vida, se enamoró

Toma mi mano, no estás sola…

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